Ayer soñé aferrado a mi almohada con un futuro no muy lejano, soñé que en tres días sería lunes -otro lunes que aborrecer-. Hoy viernes despierto aguardando en la parada del autobús, hurgándome la nariz, a la vez que saboreo versos de mi idolatrado Benedetti. Enfrente, el semáforo está en verde para los peatones y una  hermosa mujer atraviesa apresuradamente la calzada. Me señala sin bajar el dedo, mirándome con insolencia.

 ­– ¡Eres un cabrón! me abofetea de inmediato. No ves que no llevo ropa; no tienes educación ni sensibilidad.

Evito posar mis ojos sobre ella mientras se aleja pues me acusa con razón. Vuelvo raudo a casa, se me está haciendo demasiado tarde y he olvidado, qué cabeza la mía, desnudarme.

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